dimarts, 17 de juny del 2014

La última clase de Mister Wager

Mi cita para el nuevo trabajo de vigilante me hizo sentir tan contento que decidí dar un paseo atravesando un bosque frondoso para llegar a la escuela de secundaria donde ejercer como porte.  El  anterior, llamado Eliseo, era un señor de edad avanzada. Él sería el encargado de ponerme al corriente de todo lo que ocurría en aquel lugar antes de irse.

En el bosque olor a otoño y setas,  tierra húmeda propiciada por la sombra de los altos robles, al fondo el murmullo de un río. Un remanso de paz, a diferencia del ensordecedor ruido de la ciudad al que estaba acostumbrado, aquí solo oía mis pasos al pisar las hojas

De pronto, la paz se vio alterada por un extraño quejido que salía de unos matorrales, unos metros más allá. Sin saber por qué, un estremecimiento recorrió mi cuerpo. Empezaba a oscurecer y ya no me parecía tan idílico el paisaje. Contuve la respiración. Un gran pajarraco que volaba por encima de mí lanzó un graznido que rompió el silencio por unos minutos.

Instintivamente tapé mi cabeza y me agaché. Al incorporarme y volver la vista, había desaparecido. Respiré aliviado. La próxima vez utilizaría el coche para ir a trabajar.

La vereda se hacía más angosta y al poco la vegetación decreció. Pasé un pueblecito y de pronto pude ver la escuela. Ante mis ojos se alzaba un edificio de principios del siglo pasado de dos plantas coronado por una buhardilla. Me acerqué a la gran verja que circundaba la construcción e hice tocar la oxidada y vieja campana.

El edificio daba la impresión de estar vacío, aunque me pareció que alguien me observaba desde una de las ventanas superiores. Un tipo de mediana edad con barba y cabello claro y rizado, corrió las cortinas. En solo unos minutos, un hombre de edad avanzada y paso lento abrió. Era Eliseo:

Adelante, Pablo le esperaba. Es usted puntual y eso es una buena cualidad. Le seguí y él continuó: Ésa es la puerta principal, que tendrá que abrir a diario para los profesores. Ahora está todo tranquilo, pero ya verá mañana. Los jóvenes son incansables, tienen mucha vitalidad y además ¡gritan muchísimo!
Traspasamos un vestíbulo tan amplio como decadente, demasiado sombrío debido a que estaba orientado hacia el norte. Seguí al viejo portero observándolo todo.

A las aulas se accede por esa escalera ancha, luego las veremos.Este lugar ha sido mi vida desde hace 30 años, los recuerdo a casi todos con sus nombres.

»Esas escaleras conducen al desván. Ese lugar está cerrado y sellado. Desde hace un año, permanece inaccesible esperando el resultado de la investigación policial después de que ocurriera un trágico suceso durante una fiesta celebrada en Halloween, luego le contaré esa historia escalofriante en mi pequeño despacho. Le sugiero que no se acerque al desván, un olor a naftalina y mucho polvo indicaban la prohibición de entrar en él.

Mi curiosidad se centró desde ese momento en conocer la escabrosa historia, intenté ganarme la confianza del viejo portero para que la contase.

Venga, joven, tomemos esa taza de café que le ofrecí y le contaré lo que ocurrió el año pasado por Haloween, que le noto muy interesado en conocerla.
Mr. Wager era el profesor de inglés, muy querido por los alumnos, uno de los preferidos por su manera original de impartir clases. Se divertían con sus experimentos, en su país celebran esa fiesta el día antes de los santos.

»Ese día utilizó el desván, pues el espacio es más amplio y se prestaba más a dicha fiesta. Colocó velas humeantes cuyas sombras se alargaban hasta el techo, el olor a incienso inundó el desván y calabazas, calaveras y demás objetos de terror estaban por todas partes. El ambiente era tan lúgubre que los alumnos se detuvieron en la puerta al subir. Todo aquel montaje les imponía tanto que no se atrevían a entrar.

Cuando por fin se sentaron todos después de haber venciendo su miedo, en la puerta el humo lo inundó todo y, como por arte de magia, un enmascarado muy bien caracterizado con una careta adaptada a su rostro hizo su aparición, varios estudiantes dieron un salto y se echaron hacia atrás.

-¡Que sicodélico! dijo uno de los chicos.

-¡A mí me da un mal rollo / yuyu todo esto que me dan ganas de irme! dijo una alumna

-SEÑORES, VAMOS A COMENZAR LA CLASE −dijo el enmascarado con voz distorsionada.

Los alumnos contuvieron la respiración, sin saber a dónde mirar pues el enmascarado les infundía terror.

Una alumna le hizo una pregunta al profesor con voz entrecortada:

¿El puntito rojo de su frente forma parte del disfraz?

Habían trascurrido dos años desde que Mr. Wager fue testigo de un crimen cometido muy lejos de aquel lugar tan apartado, él sabía que le perseguían allá donde fuese para que no testificara, así que grito:

¡Todos al suelo YAAAAAAAAAAAAAAAAAA!

Una ráfaga de ametralladora recorrió la estancia de un lado al otro, los alumnos tirados en el suelo y tapándose los oídos gritaban aterrados. Cuando terminó se miraron unos a otros para comprobar que estuviesen bien, pero otra ráfaga acabo por destrozar lo poco que quedaba en pie en el desván. El enmascarado desapareció del lugar dejando un rastro enorme de sangre y no hemos vuelto a saber  nada más de él. Los alumnos abandonaron el lugar aterrados y desde entonces nadie más ha vuelto a pisar ese lugar, excepto la policía, para hacer sus averiguaciones.

¿Pero nadie sabe si el profesor está vivo o muerto? dijo Pablo, que no había probado el café de su taza debido a la tensión del relato.

Que yo sepa aún no ha aparecido, pero recuerde, joven, esa zona esta maldita, todo aquel que ha osado entrar ha terminado teniendo un accidente o volviéndose loco.Le contarán muchas historias –dijo Eliseo. Pero no las crea.
El nuevo portero se golpeó la barbilla con el índice. Sin duda, los alumnos tenían una imaginación desbordante y, al desconocer partes de la historia, se las inventaban.

Bueno, yo me voy. Suerte en el puesto de trabajo. La va a necesitar, Pablo.

En cuanto el anciano abandonó el recinto escolar, el nuevo portero sintió la necesidad de aproximarse a la buhardilla sellada. Subió los peldaños de la escalera de madera, que rechinaban desafinadamente a cada paso. Temblaba, ansioso por descubrir la verdad oculta tras aquella puerta, y estaba casi convencido de que toda aquella historia había sido una broma de mal gusto para recibir al novato. Aunque una pregunta le rondaba la cabeza de camino a su destino. ¿Quién iba a creerse que el personal de la limpieza no había limpiado el rastro de sangre en el tramo de escaleras en dirección al desván?  
De pronto se detuvo. Un ruido le inmovilizó a dos pasos de la entrada a la buhardilla, ante el precinto policial. Dilató las pupilas, se llevó la mano al pecho, donde el corazón iba camino de alcanzar las pulsaciones de un infartado, y el miedo le impidió expulsar el excedente de pánico a través de la boca abierta de par en par. ¡Allí dentro había alguien!

Son imaginaciones. La buhardilla está precintada”, se dijo mientras llevaba las manos temblorosas hasta la puerta.

Las apoyó en la madera. A través de la penumbra que ya le había envuelto, guiñó un ojo y colocó las pestañas muy cerca de la cerradura antigua, con forma de la omega del alfabeto griego. Y resopló, aliviado. Su imaginación le había jugado una mala pasada. Allí no había nada excepto las sombras alargadas de los rimeros de sillas, los pupitres vacíos, la mesa del profesor sepultada bajo un sinfín de documentos desordenados.

–¡Increíble! –exclamó con los ojos entrecerrados-. Mira que haberme creído ese montón de tonterías. ¡Qué tonto soy!

Y abrió el ojo derecho. La boca se le desencajó por completo y, de un salto, reculó cuanto pudo. ¡Había visto una pupila al otro lado de la puerta! Empalidecido, víctima del mal de San Vito, se frotó los ojos. ¡No daba crédito a lo que creía haber visto!
¿Quién anda ahí? –dijo una voz gutural cuando estaba a punto de aproximarse de nuevo a la puerta. La última clase del profesor Wager no empezará hasta las nueve en punto.

Reconvertido en gelatina, el nuevo portero observó cómo el pomo de la puerta se agitaba, giraba frenéticamente, aunque sin llegar a abrirse. Algo o alguien trataban de cruzar el marco de la puerta, como si ésta fuera un agujero de gusano que comunicara diferentes dimensiones o planos temporales. Y, antes de renunciar al empleo, pues no estaba dispuesto a soportar todo aquello por un sueldo ridículo, corrió con los brazos elevados mientras el pánico le arrancaba gritos de las entrañas a través de la boca entreabierta. Y pensó que quizá los servicios de limpieza ya no limpiaban el tramo de escalera en dirección a la buhardilla porque al día siguiente la mancha de sangre volvía a aparecer en el mismo lugar.

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